Desde que somos niñas, a muchas de nosotras nos han contado una historia: somos más frágiles, más débiles, menos capaces que los hombres. Este relato, disfrazado de consejos bien intencionados, se instala profundamente en nuestra mente y cuerpo, moldeando nuestra relación con nosotras mismas. La sociedad nos ha educado bajo lo que se llama socialización por género, un proceso que impone mandatos sobre cómo debemos comportarnos, movernos y hasta qué tanto espacio debemos ocupar. Pero ¿qué sucede cuando decidimos desafiar estos mandatos? ¿Qué pasa cuando reclamamos nuestra fuerza física, mental y emocional?
El mito de la fragilidad femenina
Uno de los principales mandatos que recibimos desde niñas es la idea de que nuestro cuerpo es frágil, torpe y debe ser protegido. ¿Cuántas veces escuchamos frases como "no corras que te puedes lastimar" o "las niñas no son buenas en los deportes"? Este tipo de mensajes, aunque parecen inofensivos, son poderosos. Están ahí para recordarnos que debemos ser cautelosas, que nuestra función no es ocupar el espacio ni usar nuestro cuerpo de forma libre y expansiva.
Lo más preocupante es que este mito no solo nos afecta a nivel físico, sino que también crea una desconexión emocional con nuestros cuerpos. Nos enseña a vernos como seres vulnerables, en lugar de reconocer nuestra capacidad para movernos con fuerza y determinación.
La socialización por género: las reglas invisibles que seguimos sin darnos cuenta
La socialización por género es ese proceso silencioso a través del cual nos enseñan a ser "femeninas." Desde pequeñas, aprendemos que debemos ser delicadas, cruzar las piernas al sentarnos, no levantar la voz, y definitivamente, no ser demasiado fuertes o rápidas. La idea es que debemos mantenernos en control, siempre "compuestas," para no incomodar a los demás. A diferencia de los niños, que son animados a explorar, correr y trepar, a nosotras se nos enseña a ser cautelosas y a ocupar el menor espacio posible.
Lo más peligroso de este proceso es que lo internalizamos de tal manera que no somos conscientes de cómo afecta nuestra relación con nuestro cuerpo. Aprendemos a contenernos, a no correr riesgos físicos, y eventualmente, a desconfiar de nuestras propias capacidades físicas. Y así, llegamos a la adolescencia y adultez creyendo que somos menos fuertes o ágiles que los hombres. Esto quizás no lo vivamos todas, o no de la misma manera, pero de seguro nos ha pasado a muchas de nosotras.
El impacto en nuestro desarrollo físico
Esta socialización no solo afecta nuestra percepción de nosotras mismas, sino también nuestro desarrollo físico. Cuando desde pequeñas se nos enseña que no somos buenas para los deportes o que debemos ser más delicadas, no desarrollamos nuestras habilidades físicas de la misma manera que los niños. Estudios demuestran que las niñas que crecen bajo estos estereotipos limitantes tienden a evitar el deporte y la actividad física, lo que resulta en una identidad física debilitada: no vemos nuestro cuerpo como una herramienta poderosa, sino como algo frágil que necesita protección.
Este déficit en la participación física tiene efectos a largo plazo. Las mujeres que no desarrollan una relación positiva con el ejercicio y el movimiento durante la niñez y la adolescencia son más propensas a evitar actividades físicas en la adultez, lo que podría afectar su salud general, su confianza y su bienestar emocional. A largo plazo, esto eventualmente puede llevar a una disminución en la calidad de vida, ya que la falta de ejercicio afecta tanto la salud física como mental.
Cuestionando Mandatos: Recuperando el Espacio que Siempre Fue Nuestro
Desafiar los mandatos de género no es solo un acto de empoderamiento físico, sino una herramienta crucial para cuestionar y tomar conciencia de cómo estos estereotipos funcionan como mecanismos de control. La socialización de género, ese proceso silencioso que nos dice cómo debemos ser y comportarnos, actúa como una cadena invisible que limita nuestras posibilidades, no solo en el cuerpo, sino en todas las áreas de nuestra vida.
Desde niñas, se nos enseña que debemos ser delicadas, cuidadosas, no arriesgarnos demasiado. Estas expectativas nos moldean, no solo en cómo percibimos nuestro cuerpo, sino en cómo navegamos el mundo. El problema es que estos mandatos no son neutrales ni inofensivos. Nos mantienen dentro de un margen de acción restringido, donde nuestra fuerza y poder quedan contenidos bajo la justificación de que debemos ser "femeninas". Al entender esta socialización como un instrumento de control, podemos empezar a cuestionar: ¿quién se beneficia de que las mujeres ocupemos menos espacio, física y simbólicamente?
La importancia del cuestionamiento
Cuestionar los mandatos de género es vital, no solo para desmantelar las expectativas que hemos internalizado, sino también para crear nuevas narrativas que nos permitan explorar y expresar nuestras capacidades sin limitaciones. Es importante preguntarnos: ¿Por qué se nos ha enseñado a ser más contenidas? ¿Qué papel juega la cultura en esta narrativa? Y, sobre todo, ¿qué sucede cuando decidimos romper con estas reglas invisibles y nos permitimos movernos libremente?
Este proceso de cuestionamiento nos da la oportunidad de redefinir nuestras capacidades y de movernos por el mundo con una nueva confianza, una que no dependa de cumplir con expectativas externas, sino de descubrir nuestras propias posibilidades.
Reflexión final: Cuestionar para recuperar nuestro espacio
Tomar conciencia de cómo la socialización de género ha moldeado nuestras creencias no es un proceso sencillo, pero es necesario. No se trata de una "reconexión mágica" con nuestro cuerpo ni de cumplir con nuevos ideales, sino de cuestionar las historias que nos contaron sobre quiénes somos y qué podemos hacer. Estas historias, que nos enseñaron a ser más delicadas, a ocupar menos espacio y a ser menos visibles.
El cambio viene cuando dejamos de aceptar esos mandatos y empezamos a preguntarnos: ¿quién decidió que nuestro cuerpo no es fuerte? ¿Por qué nos han dicho que el movimiento y el ejercicio son solo para cumplir con expectativas externas?
Al cuestionar estas narrativas, esas reglas invisibles, tenemos la oportunidad de explorar el movimiento desde la curiosidad, no desde la obligación. No necesitamos ser las más rápidas, las más fuertes o las más perfectas. Cada vez que decidimos movernos por nosotras y no para cumplir con las expectativas de otros, estamos desafiando los estereotipos socioculturales que nos han impuesto.
Bibliografía
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Girls and young women's participation in physical activity: psychological and social influences Lester Coleman. Health Education Research, Volume 23, Issue 4, August 2008, Pages 633–647, https://doi.org/10.1093/her/cym040