Seguro que alguna vez has escuchado la frase "lanzas como una niña". Y probablemente, la primera vez que la oíste, no fue precisamente un cumplido. Pero, ¿alguna vez te has detenido a pensar en qué significa realmente? Lo curioso es que no tiene nada que ver con nuestras habilidades físicas. Las niñas, al igual que los niños, nacen con la capacidad de moverse, de correr, de lanzar con fuerza. Entonces, ¿Qué cambia?
En 1966 un señor llamado Erwin Straus (filósofo entre otras cosas) estudió "la notable diferencia en la manera de lanzar de los dos sexos". Citando un estudio y fotografías de niñas y niños de 5 años lanzando una pelota describió las diferencias y concluyo que las niñas lanzaban la pelota sin fuerza, velocidad ni puntería precisa, en comparación con los niños, también observó que las niñas no utilizaban sus piernas ni movían el tronco durante el lanzamiento, y que lo niños si hacían estas acciones. Y para explicar estas notables diferencias, (en realidad no pudo explicarlo), se lo atribuyo a una “esencia femenina”. En 1980 otra filosofa Iris Marion Young tomo este experimento para analizarlo, se indignó con la conclusión de “esencia femenina”, y realizo un mejor análisis, llegando a concluir que era el género el responsable de estos resultados.
Y si, la respuesta está en la socialización, esa sutil (o no tan sutil) manera en que la sociedad nos enseña cómo deberíamos ser. Desde pequeñas, muchas de nosotras aprendemos a ocupar menos espacio, a movernos con más cautela, a contenernos. Sin darnos cuenta, adoptamos una forma de estar en el mundo que es más pequeña de lo que realmente somos. Mientras tanto, a los chicos se les anima a expandirse, a moverse con toda su fuerza, como si el mundo fuera suyo para dominar.
Este patrón no solo se manifiesta en cómo lanzamos una pelota o corremos una carrera. Es algo que impregna nuestra vida cotidiana. Caminamos con cuidado, nos sentamos con las piernas juntas, evitamos hacer movimientos grandes o llamativos. Es como si, sin darnos cuenta, lleváramos un freno de mano puesto todo el tiempo.
Lo más preocupante de todo esto es que, al reducir nuestros movimientos, también limitamos cómo nos sentimos en el mundo. Esa sensación de tener que “encoger” nuestro cuerpo puede trasladarse a nuestra autoestima, a nuestra forma de tomar decisiones, a cómo nos relacionamos con los demás. Y lo peor es que ni siquiera somos conscientes de ello.
Pero, aquí va la reflexión importante: nada de esto es una regla inquebrantable. No estamos condenadas a movernos con menos fuerza, ni a sentirnos pequeñas. ¿Tenemos el poder de reescribir esta narrativa?
Respuesta corta: Si, respuesta larga: Si, aunque a veces puede ser un poco complejo. El primer paso es darnos cuenta de que nos han enseñado a habitar nuestro cuerpo de una manera limitada. El segundo, es decidir que no vamos a seguir jugando según esas reglas. Porque la realidad es que somos más fuertes, más poderosas y más libres de lo que nos han hecho creer. Y sí, lanzamos como una niña, porque así fue como nos educaron, como nos socializaron, no obstante, es posible cambiar estas creencias que nos dicen que debemos ser pequeñas, cuidadosas entre muchas otras.
Así que la próxima vez que escuches "lanzas como una niña", tómalo como un recordatorio de que aún queda mucho por desaprender y reescribir
Young IM. Throwing like a girl: A phenomenology of feminine body comportment motility and spatiality. Hum Stud [Internet]. 1980;3(1):137–56. Disponible en: http://dx.doi.org/10.1007/bf02331805