Desde muy pequeñas, a muchas mujeres nos enseñan lo que "debemos" y "no debemos" hacer. Escuchamos frases como "no te subas ahí, te vas a caer", "las niñas no corren tan rápido" o "cuidado con la falda". Aunque parezcan comentarios inofensivos, con el tiempo estas palabras comienzan a construir una idea sobre nosotras mismas y nuestro lugar en el mundo.
Crecí rodeada de juegos al aire libre. Tenía primos con los que jugaba a ser vaqueros, nos subíamos a los árboles, construíamos naves espaciales con nuestra imaginación, y hacíamos carreras en bicicleta. Era pura libertad. Al principio, siendo bien niña, podía unirme a ellos sin problemas. Sin embargo, pronto comenzaron a aparecer las primeras limitaciones: "Las niñas no gritan así", "las niñas no trepan árboles", "las niñas no juegan con barro".
Y entonces surgió la gran pregunta: ¿por qué no? Yo sentía que podía hacer todo lo que mis primos hacían, a veces incluso mejor. Llegué a subirme a los árboles más rápido que ellos, y aunque una vez me caí, preferí no decir nada porque sabía lo que me esperarían: más restricciones y la misma respuesta de siempre, "las niñas no hacen eso".
Con el tiempo, empecé a creerlo. Crecí pensando que las niñas éramos más frágiles, que no éramos tan fuertes ni tan rápidas como los niños. Adopté los roles que se me asignaban: las piernas bien juntas, cuidado con la falda o el vestido, la voz suave. Parecía que mi identidad como mujer necesitaba ser continuamente demostrada a través de un comportamiento "apropiado".
Pero lo curioso es que, al llegar a la adultez, me di cuenta de lo equivocado que era todo eso. Estudié kinesiología y aprendí técnicas para mover pacientes, usando no solo la fuerza, sino todo mi cuerpo. Sin embargo, aún llevaba ese "chip" instalado en mi mente, el que me decía que no era tan fuerte como mis compañeros varones. A pesar de que día a día demostraba lo contrario, esa creencia seguía ahí.
Lo peor es que no era solo algo interno. En mi trabajo, me encontraba con pacientes que dudaban de mí. "¿Usted me va a levantar? No puede venir su colega, él es más fuerte." Me decían que no podría hacerlo porque era "muy flaquita" o "porque las mujeres no tienen tanta fuerza". Cuando demostraba que sí podía, quedaban sorprendidos, como si fuese una novedad que las mujeres también podíamos ser fuertes.
Y ahí está el gran problema: desde niñas, con frases como "no hagas eso", "te vas a caer", "las niñas no pueden", no aprendemos a usar nuestros cuerpos, no exploramos lo que somos capaces de hacer. Nos quedamos con una versión limitada de nosotras mismas. Crecemos subestimando nuestras capacidades.
Por cosas de la vida llegué a practicar artes marciales, donde descubrí realmente lo que mi cuerpo podía hacer. Derribé a hombres grandes, me defendí, y por primera vez sentí lo fuerte que era. Pero, a pesar de estos logros, esa creencia de que "no soy tan fuerte como ellos" aún sigue en algún rincón de mi mente, porque está profundamente arraigada.
Hoy, mientras trabajo para eliminar esas ideas limitantes, me gustaría que todas las mujeres supiéramos que no somos menos capaces que los hombres. Si desde pequeñas tuviéramos la libertad de explorar nuestras capacidades, sin restricciones, sin mensajes limitantes, podríamos aprender a confiar en nuestro cuerpo y ver lo increíblemente poderosas que podemos ser.
Me gusta la idea de imaginar un mundo en que ninguna niña o mujer tenga que crecer y vivir con estas limitaciones que no nos permiten confiar en nuestros cuerpos, en nuestras capacidades y que generan desigualdad. Me gusta la idea de un mundo donde todas nos podamos sentir tranquilas y a gusto con nuestras capacidades y con nuestros cuerpos, donde no nos tengamos que hacer pequeñitas, o frágiles, para darle en el gusto a otros.