Me embarqué en este proyecto porque me cansé de ese bombardeo constante de mensajes sobre la actividad física, donde se concibe como un castigo, una obligación sin disfrute, una fuente de insatisfacción y control que genera culpa o miedo por “no hacer lo suficiente”. Y, claro, me pregunté: ¿lo suficiente según quién? ¿Quién decide esos estándares universales?
Si nos detenemos a mirar con atención, descubrimos que esas narrativas no nos representan a todas. Muchas mujeres y personas en general vivimos angustiadas por no cumplir con un ideal que ni siquiera es realista ni inclusivo. Por eso empecé a investigar, quería saber si era posible contrarrestar esta visión para quienes no nos vemos reflejadas en ella.
Mi apuesta es construir un espacio distinto, donde la fuerza auténtica nazca de la amabilidad y la empatía, en lugar de la intimidación, la validación externa o la insatisfacción constante. Porque, seamos sinceras, en el mundo de hoy se necesita mucha valentía para decidir que movernos sea un acto de cuidado, de disfrute y no de castigo.
Con todo esto en mente, adentrémonos en…
Narrativas que moldean (y distorsionan) nuestra relación con el ejercicio
Durante años o, mejor dicho, décadas, nos han repetido cómo debería ser hacer ejercicio: con disciplina rígida, con metas estéticas, con rutinas duras, con cuerpos obedientes y sin quejarse. Y si no lo logras, ya sabes: la culpa es tuya. ¿Te suena conocido?
También está muy instalada la idea de que “si te esfuerzas, lo logras”. Suena motivador, pero en realidad es una forma de hacernos creer que todo depende de una cuestión personal, como si todas partiéramos desde el mismo lugar y tuviéramos las mismas posibilidades. Este tipo de discurso ignora (y tapa) todas las barreras sociales, económicas y culturales que muchas personas enfrentan. Y lo peor: termina culpando a quienes no pueden seguir el ritmo, como si fuera falta de ganas. Esa idea tan individualista está muy metida en cómo se nos habla del cuerpo y la salud, pero lo que deja afuera es justamente lo más importante, los contextos, las historias, y las condiciones reales de cada una.
En esta serie de entradas vamos a hacer justo lo contrario de lo que nos enseñaron:
Vamos a cuestionar, desarmar y reconstruir nuestra relación con el ejercicio desde el pensamiento crítico, el cuerpo vivido y la evidencia. Sin frases vacías, sin fórmulas mágicas, y sin la promesa de que “te vas a transformar” si te esfuerzas lo suficiente.
Porque eso que muchas veces nos venden como “salud” o “autocuidado”, en realidad son mandatos disfrazados. Y eso que llaman “flojera” o “falta de voluntad”, muchas veces es el cuerpo diciendo con claridad “así no quiero seguir”.
Esta serie es una invitación a mirar con otros ojos eso que llamamos ejercicio. A ponerle nombre a sensaciones que quizás ya tenías, pero no sabías cómo explicar. A recuperar el movimiento como algo que forma parte de la vida, no como castigo, deber o corrección.
No se trata de cambiar una narrativa por otra, sino de abrir más caminos posibles. Y, sobre todo, de devolverle al movimiento su sentido más simple y poderoso, moverse porque sí, porque se siente bien, porque se quiere.
¿Qué vas a encontrar en esta serie?
Entradas que cuestionan frases que escuchamos tanto que ya las repetimos sin pensar, como “si no duele, no sirve”.
Reflexiones (con base en ciencia, obvio) sobre por qué moverse no debería doler ni castigarnos.
Un poco de historia, un poco de cuerpo, un poco de rabia, y muchas ganas de sacudir lo que nos contaron.
Ideas para reconstruir tu relación con el movimiento desde un lugar más amable y real.
Y algunos temas sorpresa, porque a veces lo que más necesitamos leer es justo lo que no sabíamos que necesitábamos. Nos vemos en la primera entrada.
Primer capítulo de la serie: