El Espacio que Habitamos: Una Reflexión sobre el Juego y el Género
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El Espacio que Habitamos: Una Reflexión sobre el Juego y el Género
¿Alguna vez has observado detenidamente un patio de recreo? Es un microcosmos fascinante donde se despliega, sin filtros, el guion social que hemos heredado. Niñas dibujando en las esquinas, niños ocupando el centro de la cancha. Un patrón aparentemente inocente que esconde toda una arquitectura de expectativas y límites invisibles.

¿Alguna vez has observado detenidamente un patio de recreo? Es un microcosmos fascinante donde se despliega, sin filtros, el guion social que hemos heredado. Niñas dibujando en las esquinas, niños ocupando el centro de la cancha. Un patrón aparentemente inocente que esconde toda una arquitectura de expectativas y límites invisibles.


La investigación "Boys and Girls Come Out to Play", o “Niños y Niñas salen a jugar” revela algo que quizás ya intuías: no es casualidad que las niñas tiendan a ocupar los márgenes mientras los niños dominan los espacios centrales. No es natural que ellas prefieran los juegos quietos mientras ellos corren libremente. Es el resultado de un diseño social tan sutil como efectivo.


Piensa en tu propia infancia. ¿Dónde jugabas? ¿Qué espacios sentías que te pertenecían? Las muñecas y las casitas no son solo juguetes; son herramientas de domesticación temprana. Mientras los niños construyen torres y las derriban, explorando los límites de su fuerza y su impacto en el mundo, a las niñas se les entregan miniaturas de electrodomésticos. El mensaje es claro: tu lugar está en el interior, en lo pequeño, en lo controlado.


La evidencia científica es contundente: estas diferencias en el juego infantil tienen consecuencias profundas en el desarrollo espacial, físico y cognitivo. No es que las niñas nazcan con menos capacidad para el movimiento o el pensamiento espacial; es que sistemáticamente se les niega la oportunidad de desarrollar estas habilidades.


Lo verdaderamente revelador es cómo estos patrones de juego infantil se traducen en la forma en que habitamos el mundo como adultas. La investigación muestra que las mujeres que tuvieron menos exposición a juegos físicos y espaciales durante su infancia tienden a mostrar mayor inseguridad al ocupar espacios públicos. No es coincidencia que muchas evitemos ciertos lugares o actividades, que nos hagamos pequeñas en el transporte público, que pidamos perdón al pasar.


Este fenómeno no es natural ni inevitable. Es el resultado directo de una socialización que nos enseña, desde muy temprano, a ocupar menos espacio, a movernos menos, a hacer menos ruido. La ciencia lo confirma: nuestros cuerpos guardan memoria de estas limitaciones aprendidas.


¿Qué dice la evidencia sobre cómo revertir estos patrones? Los estudios demuestran que la exposición temprana a actividades físicas y espaciales diversas tiene un impacto significativo en el desarrollo de la confianza corporal y la orientación espacial. No es solo sobre moverse más; es sobre reclamar el derecho a ocupar espacio.


La neuroplasticidad cerebral nos dice que estos patrones pueden modificarse a cualquier edad. Cada vez que una mujer decide ocupar un espacio tradicionalmente masculino, cada vez que una niña trepa un árbol o juega fútbol, se están creando nuevas conexiones neuronales que desafían años de condicionamiento social.


La próxima vez que veas a una niña jugando, observa: ¿está explorando libremente o está siguiendo un guion invisible? La ciencia nos muestra que el juego no es neutral; es un campo de batalla donde se ensayan y se refuerzan los roles sociales.


Pero también nos muestra que el cambio es posible. Las investigaciones sobre desarrollo infantil revelan que cuando se eliminan las expectativas de género en el juego, las preferencias "naturales" se desvanecen. No hay juegos de niñas o de niños; hay juegos que nos permiten crecer y otros que nos limitan.


Los datos son claros: cuando las niñas tienen acceso a espacios y actividades diversos, sin el peso de las expectativas de género, su desarrollo espacial y físico iguala al de los niños. No es magia ni ideología; es el resultado medible de eliminar barreras artificiales.


Como mujeres adultas, entender estos mecanismos nos permite cuestionar y desafiar nuestros propios límites internalizados. La ciencia nos respalda: el espacio nos pertenece tanto como a cualquier otra persona. No es una cuestión de creencias o de deseos; es un derecho fundamentado en la evidencia de nuestra igual capacidad para ocupar, crear y transformar el mundo.


La próxima vez que sientas la tentación de hacerte pequeña, recuerda: tu relación con el espacio fue cuidadosamente construida desde tu niñez. Pero lo que fue construido puede ser deconstruido. No es una promesa vacía; es una conclusión respaldada por décadas de investigación sobre desarrollo humano y neuroplasticidad.


El cambio comienza con la conciencia. Y tú, que estás leyendo esto, ya has dado el primer paso al cuestionar lo que siempre se presentó como natural e inevitable. La evidencia está de nuestro lado: el espacio es un derecho, no un privilegio.


O’Connor D, McCormack M, Robinson C, O’Rourke V. Boys and girls come out to play: Gender differences in children’s play patterns. In: EDULEARN17 Proceedings. IATED; 2017.

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