Desde que terminé mis estudios hace varios años, y a lo largo de toda mi práctica clínica y las formaciones posteriores que he realizado, hay una pregunta que se repite constantemente: ¿Cómo lograr que las mujeres nos involucremos más en la actividad física?
La semana pasada tuve la oportunidad de asistir a la primera Jornada en Salud de la Mujer, organizada por la OCHIKISAM (Organización Chilena de Kinesiología en Salud de la Mujer). Entre los muchos temas interesantes que se abordaron, no podía faltar el de la actividad física.
Un punto que quedó en evidencia durante las discusiones es la falta de información específica desglosada por sexo. En su mayoría, los estudios clínicos se han centrado en hombres, lo que significa que nuestras necesidades reales, como mujeres, aún no están completamente estudiadas. Aunque el conocimiento en esta área está en expansión, persisten lagunas significativas que merecen mayor atención.
Y en efecto, nuestra relación con la actividad física es un tema complejo, lleno de matices que reflejan las desigualdades sociales, culturales y económicas a las que nos enfrentamos a diario. A simple vista, podría parecer una cuestión de "falta de disciplina" o "prioridades equivocadas", pero cuando rascamos la superficie, descubrimos que las barreras son mucho más profundas y estructurales.
La realidad es que el camino hacia una práctica sostenida de ejercicio está lleno de obstáculos bien específicos para nosotras las mujeres. Desde las expectativas sociales que dictan cómo debemos comportarnos o lucir, hasta las responsabilidades desproporcionadas en el hogar y los espacios públicos que no siempre son seguros ni inclusivos. Incluso el propio diseño de programas de actividad física rara vez toma en cuenta nuestras experiencias y necesidades únicas, ya que están diseñados para y por hombres y después extrapolan un modelo que muchas veces sino la mayoría nos excluye, incluso sin intención.
Por ejemplo, desde niñas recibimos el mensaje de que los deportes y el movimiento físico no es "para nosotras". En la pubertad, los cambios corporales traen consigo inseguridades y, en muchos casos, abandono de la actividad física por temor al juicio o al acoso. En la adultez, las cargas de cuidado y las expectativas sociales nos colocan en una encrucijada constante entre cuidar de los demás y cuidarnos a nosotras mismas, y el ejercicio físico suele quedar fuera de la lista de prioridades.
A esto se suma el bombardeo constante de la cultura de la dieta y los estereotipos de belleza, que convierten al ejercicio en una herramienta para encajar en moldes inalcanzables, en lugar de un espacio para el bienestar. Muchas mujeres asocian la actividad física con culpa, fracaso o castigo, en lugar de verla como una oportunidad de moverse en función de lo que necesitan o disfrutan.
Además, los espacios de ejercicio físico tampoco ayudan. Gimnasios saturados de mensajes sobre "transformaciones" y "mejoras" físicas pueden ser intimidantes, mientras que el miedo al juicio social o al acoso ahuyenta a muchas de nosotras de actividades al aire libre. La falta de representación diversa en los medios deportivos y la ausencia de modelos femeninos accesibles refuerzan la percepción de que "el ejercicio no es para todas".
Pero aquí está lo más importante: ninguna de estas barreras es culpa de nosotras. Estas dificultades no son producto de nuestra "falta de voluntad" o "malos hábitos", sino de un sistema que históricamente no ha pensado en nosotras al diseñar espacios, programas y discursos en torno a la actividad física.
Entonces, ¿Cómo podemos empezar a cambiar esto?
Primero, necesitamos hablar de esto. Entender que estas barreras existen es el primer paso para desmontarlas. No se trata de "motivarse más", sino de cuestionar y desafiar los sistemas que limitan nuestras posibilidades.
En una próxima masterclass, explorare a profundidad estas realidades: desde las raíces de estas barreras hasta estrategias basadas en evidencia que pueden ayudarnos a construir una relación diferente con el ejercicio. Una relación que no está dictada por expectativas externas, sino por lo que cada una de nosotras realmente necesite y quiera.
Porque el ejercicio puede ser para todas, pero primero tenemos que reescribir las reglas del juego.
Referencias
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Muy interesante. Tras muchos años inactiva, fui buscando en que actividad física calzar. Danza, kung fu, taichi. El enfoque de coquetería “femenino” o más marcial “masculino” que definian los profes. Finalmente danza afro era más libre, expresión total. Pero los años de inactividad pasaron la cuenta. Me hubiera gustado hacer ejercicio antes y en mayor cantidad. Ahora hago, pero de bajo impacto por artrosis y si me acompleja mi cuerpo por ejemplo al nadar, que yo veo que les pasa a muchas.
Muchas gracias por tu respuesta, ¡qué bueno que te interesó el tema! Es todo un mundo explorar nuestras motivaciones y entender qué nos desmotiva a la hora de practicar actividad física. Más allá de los estereotipos y mandatos externos sobre cómo debemos vernos, que a menudo nos limitan al elegir una actividad que realmente nos brinde bienestar. Creo firmemente que, una vez que rescatemos el ejercicio de la cultura de la dieta y los estándares de belleza que nos imponen un solo tipo de cuerpo al que todas debemos aspirar, quizás nos sintamos más libres de practicar lo que realmente nos hace bien, sin importar cómo nos veamos. Lo menos interesante de nosotras es nuestro cuerpo, aunque merece nuestro cariño, respeto y compasión por todo lo que hace por nosotras cada día. Te abrazo a la distancia y espero que encuentres lo que te haga sentir bien y cómoda en tu propio cuerpo. Recuerda que no le debemos belleza a nadie.