“Si no duele, no sirve”

“Si no duele, no sirve”
Una frase que, a simple vista, suena motivacional. Pero cuando la miro más de cerca, lo que veo es una idea profundamente dañina: que el dolor es la única prueba de que lo estamos haciendo bien.

Una narrativa que nos desconecta del cuerpo

Esta es la segunda entrega de la serie ¿Así tenía que ser moverse?, donde reviso algunas de las creencias más arraigadas sobre el ejercicio. Hoy le toca a una frase que seguro escuchaste o incluso dijiste alguna vez: “Si no duele, no sirve”. Tan popular, que hasta la repetimos sin pensar, como si fuera una verdad indiscutible.

Me llama especialmente la atención porque, como kinesióloga, he trabajado durante años tratando de aliviar el dolor. Y, aun así, he escuchado esta frase en mi lugar de trabajo, dicha con tono positivo, como si doler fuera sinónimo de avanzar.

Una frase que, a simple vista, suena motivacional. Pero cuando la miro más de cerca, lo que veo es una idea profundamente dañina: que el dolor es la única prueba de que lo estamos haciendo bien. Que el cuerpo debe ser forzado, ignorado o incluso castigado para obtener resultados. Que, si no terminamos adoloridas, agotadas o al límite, entonces no fue un “buen” entrenamiento.

¿En qué momento naturalizamos tanto esa lógica?

Esta narrativa no surgió por casualidad. Tiene raíces profundas en el militarismo, el deporte de alto rendimiento y cómo no en la cultura de la dieta. En todos esos contextos, el cuerpo no se concibe como un lugar para habitar, sino como algo que hay que controlar, dominar o transformar.

Lo que alguna vez fue una estrategia para entrenamientos específicos, en cuerpos de atletas con objetivos muy concretos, se convirtió en un principio universal. Y así se instaló el famoso no pain, no gain como si fuera una ley biológica y no una construcción cultural.

Pero esos cuerpos los del alto rendimiento no son los nuestros. Ellos entrenan con equipos multidisciplinarios, planificaciones periodizadas, kinesiología constante y objetivos de competencia. No es lo mismo que una mujer que trabaja, cuida, sostiene y apenas tiene una hora para moverse.

Sin embargo, la exigencia cruzó la línea. Llegó a los gimnasios, a las clases grupales, a los desafíos de Instagram y TikTok. Y ahí se quedó.

¿Qué dice la ciencia?

Sabemos que el ejercicio genera múltiples adaptaciones fisiológicas beneficiosas en el cuerpo: mejora la función cardiovascular, fortalece músculos, aumenta la capacidad pulmonar, reduce el estrés, apoya la salud mental entre muchas otras cosas. Pero ninguno de esos efectos requiere dolor como condición. El progreso real no depende del sufrimiento, sino de la consistencia, la progresión adecuada y el respeto a los ritmos del cuerpo.

El famoso dolor muscular de aparición tardía (DOMS) no es un buen indicador de efectividad. Según la evidencia, suele aparecer más por cambios en el tipo de ejercicio, por falta de preparación o por introducir movimientos excéntricos nuevos, no necesariamente porque “entrenaste bien”.

Además, forzar el cuerpo hasta el dolor constante o entrenar con molestias no mejora los resultados. De hecho, aumenta el riesgo de lesiones, disminuye la adherencia y puede generar aversión al ejercicio.

Y lo más importante, el dolor no es solo físico. Es una experiencia compleja, influida por factores psicológicos, sociales y culturales. Cuando una cultura nos enseña que “si duele, sirve”, dejamos de sentir al cuerpo. Ignoramos señales importantes, postergamos atenciones necesarias y, en muchos casos, nos desconectamos de nosotras mismas.

¿Cómo afecta esto nuestra relación con el ejercicio?

Cuando el dolor se convierte en una medalla de honor, entramos en un terreno delicado,
empezamos a entrenar como si el cuerpo fuera un enemigo al que hay que doblegar, y no un lugar que habitamos.

Y si un día no duele, aparece la culpa ¿Será que no me esforcé lo suficiente? ¿Habrá valido la pena?

He acompañado a muchas mujeres que dudan de su propio entrenamiento porque no salieron adoloridas. Como si el progreso solo fuera válido si deja huella en forma de molestia.

Esta narrativa es especialmente dura con quienes están intentando retomar el movimiento, sanar su historia con el ejercicio o volver a moverse después de haber transitado violencias estéticas, mandatos de rendimiento o enfermedades. El mandato del dolor nos hace creer que esfuerzo y sufrimiento son lo mismo. Pero no lo son. Moverse con esfuerzo no tiene por qué doler. Y mucho menos hacer sufrir.

Entonces ¿cómo se ve un ejercicio que no duele?

Siente el cuerpo. Lo que hoy se siente liviano, mañana puede ser un desafío.

Respeta la progresión. Más no siempre es mejor.

Aprende a distinguir entre incomodidad y dolor. Desafiar no es dañar.

Revaloriza el disfrute. Sí, moverse puede ser desafiante y placentero.

Reconoce que moverse sin dolor también es progreso. Porque lo es

Cuestionar esta frase no significa evitar el esfuerzo ni quedarse en la zona de confort. Significa crear una relación más sostenible, placentera y realista con el movimiento. Porque el ejercicio puede ser exigente sin ser punitivo. Puede ser poderoso sin ser doloroso.

Si no duele, también sirve.
Y muchas veces, sirve más.

Bibliografía

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